María Jesús Aparicio | 09 de mayo de 2021
Durante los años 1860 y 1888, hubo en España una gran cantidad de fotógrafas. Todas ellas entreabrieron las puertas de una profesión absolutamente patriarcal a otras mujeres que las secundarían.
El panorama de la fotografía comenzó a tener interés artístico en Occidente durante el final del siglo XIX. Desde 1891, se organizaron exposiciones pictóricas y fotográficas conjuntas de los creadores integrantes de la Sezession en Viena. Un año más tarde, se creó la asociación británica del Linked Ring Brotherhood por antiguos miembros de The Photographic Society, que pasaría a llamarse The Royal Photographic Society en 1894. Este mismo año, los artistas-fotógrafos Constant Puyo (el comandante) y Robert Demachy fundaron el Photo Club de París, dejando de lado a la Societé Francaise de Photographie. Además, los visionarios fotógrafos como Daguerre, Octavius Hill, Nadar, Paul Delaroche etc., quienes se habían iniciado en el arte del dibujo o de la pintura, decidieron abandonarlo en pro de adiestrarse en la imagen reproducida.
La artificialidad del lenguaje plástico cedía ante el positivismo moderno; y este último priorizaba la acumulación de datos empíricos como sistema de obtención de verdades demostrables. En consecuencia, la fotografía subía de peldaño para colocarse sobre un podio, al ser infinitamente más fiel a la realidad que las técnicas tradicionales, lo que le pronosticaba un futuro muy halagüeño.
Todos los nombrados compartían un interés común. Este consistía en liberar a la fotografía tanto de su cualidad documental como de su técnica estereotipada. En definitiva, la fotografía debía ser considerada un Arte Mayor más. No en vano, el carismático Alfred Stieglitz, creador del grupo Photo-Secession en 1902, había luchado por este reconocimiento durante más de veinte años desde los Estados Unidos.
Ahora bien, de los colectivos citados, ¿cuántas mujeres ejercían dicho arte?
Sabemos de algunas pioneras extranjeras: Gertrude Käsebier, Eva Watson-Schütze, Alice Boughton, Annie W. Brigman, Imogen Cunningham, Hilda Sjölin, Francis B. Johnston… Sin embargo, todavía el desconocimiento sobre la fotografía finisecular realizada por mujeres españolas es un hecho.
Esta circunstancia pudiera tener relación con no haberle concedido a la fotografía la importancia merecida en nuestro país. Probablemente, esto se deba a su calidad efímera, seriada y a no estar a la misma altura -supuestamente- en la capacidad creativa o los conocimientos técnicos implícitos en otras manifestaciones artísticas. También debemos tener en cuenta que ser fotógrafa en el siglo XIX no implicaba determinarse como tal. Además, la mujer -salvo algunas excepciones: Anna Atkins o Laure Albin-Guillot-, al margen de su procedencia, tuvo un casi nulo protagonismo sobre los aspectos científicos del procedimiento.
En resumidas cuentas, la mayoría de las profesionales no trabajaron de forma autónoma, sino que ejercieron el oficio bajo el anonimato y la supervisión de sus esposos, padres o hermanos fotógrafos. Esto se constata en la forma de anunciarse los estudios o ateliers del momento: Poujade y señora, José Villalba y señora, Ludovisi y señora, F. Prosperi y señora. La categoría de «señora de» adjudicada a estas fotógrafas -una vez casadas- ha dificultado enormemente -al no poder desligarlas del trabajo de sus esposos- saber de ellas y, por ende, empoderarlas.
Desgraciadamente, ha sido determinante la escasez de sus rúbricas en las fotografías. Esta circunstancia permitiría a la historiografía colocarlas bajo la sombra de un anunciador «toldo patriarcal» o ser eclipsadas por la larga sombra de sus compañeros masculinos. Para suerte de las más afamadas, su nombre propio iría detrás del apellido del cónyuge: Bernardino Pardo y Dolores Gil Fernando o Antonio Fernández Soriano y Anne Tiffon, cofundadora del binomio «Fernando y Anaïs Napoleón», o Compañía fotográfica Napoleón. Ambas parejas operaban en Barcelona y la segunda también en Madrid.
Aunque suene paradójico después de lo dicho, el estudio bibliográfico actual se ha centrado en las biografías y, sobre todo, en el trabajo de algunas artistas-fotógrafas sepultadas en el discurrir de los tiempos. Nos referimos a las investigaciones -en general- realizadas por mujeres: Antonia Salvador Benítez, María Olivera, María de los Santos García Felguera, Lara Martín-Portugués y Lara López, Carmen Agustín Lacruz, Cristina Ribot o Reyes Utrera, con alguna que otra excepción, como es el caso de J. M. Sánchez Vigil.
En ellas se hace hueco a las aportaciones fotográficas femeninas en solitario, de las que contamos con una insigne nómina -fundamentalmente- entre los años 1860 y 1888 en España. Sirvan de ejemplo, en la capital madrileña: Jane Clifford (fl.1850-1865), esposa de Charles Clifford, y Alejandra de Alba, esposa de José Martínez Sánchez, o Joaquina Mayor Baro, que de 1864 a 1865 ejerció bajo el nombre de «Viuda de Lorichon». Por otro lado, Luisa Esperon Favien, alias Jeanne Catherine Esperon, o la Señora de Ludovisi (1828-1912), que trabajaba en Valencia. Lorenza Simonin Berard, alias «la Señora de Luis» Masson (fl.1851-1871); María Pastora Escudero (fl. 1866-1872); Ana López (fl. 1870-1874); Concepción Villegas (fl.1873-1879) y la Viuda de Enrique Godínez (fl. 1876-1878), en Sevilla. Mientras que, en Málaga, fotografiaban Joaquina Mayor Baro (fl.1830-1865), mujer de Eugenio Lorichon; Sabina Muchart Collboni (1858-1929) y Luisa Dorave (fl.1869). En Jaén, obraba Amalia López Cabrera (1860-1868) y Eulalia Abaitua (1853-1943), en el País Vasco.
Estas fotógrafas españolas, casadas o viudas, supieron mantener el nombre del estudio o de la empresa familiar una vez desaparecido el titular, es decir, el fotógrafo varón. Probablemente, para no perjudicar o infravalorar la imagen del establecimiento. Salvo algún caso como el de Sabina Muchart, soltera, que firmaba sus trabajos y publicitaba su negocio como S. Muchart, velando con la inicial su condición de mujer, o la religiosa escolapia Paulina Buxó.
En resumen, en el territorio español, durante los años 1860 y 1888, hubo una gran cantidad de mujeres fotógrafas: reporteras de guerra, especialistas en fotografía religiosa al modo de las postales devocionales o Libros de Horas medievales, paisajistas, retratistas de la familia real, documentalistas… Todas ellas entreabrieron las puertas de una profesión absolutamente patriarcal a otras mujeres fotógrafas que las secundarían. Estas últimas no solo han desarrollado una labor artística, sino también estética, de investigación científica y técnica del arte de la fotografía. Nos referimos a Juana Biarnés, Cristina García Rodero, Concha Casajús, Ouka Lele, Queca Campillo, Isabel Steva Hernández (alias Colita) y Marisa Flórez…
Concluimos estas líneas, en las que se reivindica a estas excelentes «notarias» de múltiples realidades desde su mirada femenina/feminista. Todas ellas tienen nuestro reconocimiento, en este tiempo presente irrumpido por innumerables anónimos que registran, «mortalizan» y exportan cualquier momento o comportamiento intranscendente y en el que la imagen (la obra) no puede más que fallecer al poco tiempo de su nacimiento.
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